Me desperté sin ganas de nada. Mi esposo y mis hijos ya se habían ido cada
uno a sus actividades. Desde hacía unos cuantos días que ellos se arreglaban
solos. Solía levantarme, preparar el desayuno, vestirme e ir a trabajar. Pero
ahora con licencia médica y la quimio no quería saber nada. Antes me gustaban
los viernes. Los adoraba, sin embargo ahora para mí todos los días eran iguales. Estaba cansada de mi enfermedad y de que
todos me miraran con pena. La cama era el mejor lugar donde esconderme. Miré hacia
el techo largo rato y me puse a pensar si iría o no al día siguiente al
encuentro de MAMA MIA. Me había invitado
una compañera del trabajo que ya había pasado por lo que estaba viviendo yo.
¿Qué me pondría? ¿Quiénes irían? ¿Todas peladitas como yo? Estaba en duda. ¿Para qué ir a encontrarme con el cáncer en
cada cara? ¿Para qué hablar de mis sentimientos? ¿Contar mi historia?
Mi amiga me había dicho que no tenía porqué
contar lo que me pasaba, que allí se respetaba la historia de cada una, las
ganas, los sentimientos, su voluntad. Y que todas tenían muy buena onda además
de comer cosas muy ricas que varias cocinaban o llevaban para compartir.
Al llegar los nenes de la escuela ya estaba
levantada. Me había bañado con un jabón suave que me habían recomendado e
hidratado mi piel. Elegí mi pañuelo favorito de color rosa que mi hija adoraba.
Mi gordita tenía cinco años y cuando me veía levantada y feliz sonreía mucho,
mucho y me abrazaba. Mi hijo de once años me observaba con ojos penetrantes y
me transmitía su amor fervientemente. Un rico bizcochuelo, un vascolet frío y
el olor al café pronto para mi marido esperaban en la cocina.
Me di cuenta que la reunión que tendría al
otro día con MAMA MIA me ilusionaba. Y me animé a entrar a la página de
Facebook y decir: Soy Lucía, mañana voy.
Llegó el sábado y fui la primera en
despertarme. Besé a mi marido (a quién tenía muy alejado desde hace varios
meses). Él sonrío y me agradeció mi demostración de ternura.
Me vestí, y animé a maquillarme un poquito.
Dejé mi peladita libre, sin miedos ni temores. Así era yo y mi familia me
aceptaba y amaba. Mi hija hasta llegó a dibujarme un corazón. Nunca quise
comprarme peluca. Cuando le conté a mi marido que iría al festejo de MAMA MIA
se puso muy feliz y me apoyó. Me dijo que él me llevaría pero finalmente
arreglé para ir con mi compañera de trabajo. Susana. Una gran mujer.
No éramos tantas ni tan pocas. Las justas.
Muchas ya se conocían y reían sin parar. Otras miraban extasiadas las masas.
Otras mostraban alguna cicatriz o comentaban qué tratamiento estaban haciendo y
cómo la llevaban. De a poquito fui aflojándome y cuando tocó hacer una breve
presentación de mí sólo me animé a decir: GRACIAS.
Me di cuenta que esas reuniones eran pasos
que daba en este camino. Que desde la primera esperaba la otra. Que de una
reunión a la otra fulana ya tenía pelo, que la otra había terminado el
tratamiento, que mi Facebook estaba lleno de palabras de aliento, de apoyo, que
podía caminar de la mano de muchas otras amigas. Que no estaba sola. Me sentí más
fuerte. Mas cercana. Con ganas de arreglarme y pelear por la vida, por mis
hijos y mi marido. Luego de esa reunión me animé a ir a mi trabajo a saludar a
mis compañeros para que vieran que estaba viva. Que estaba bien y que iba a
salir y volver a reintegrarme a trabajar antes de lo que ellos pensaban.
Me animé a aprender a maquillarme para quitar
signos de cansancio, ojeras y sentirme mejor.
Y
vos… ¿Conocés MAMA MIA? ¿Cuándo te vas a animar a acercarte? ¡DALE! VALE LA
PENA! No estás sola. NUNCA lo olvides.
MAMA
MIA; VIDA MIA.
María Curiel
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